Tuesday, September 27, 2005

TAYLOR





Enciende el computador, apaga la luz, baja la persiana.

Se sienta frente al teclado. Escribe la siguiente dirección web: www.galeriaspornostars.com.

Una rubia de enormes tetas aparece en la pantalla. Es Taylor Wane, la famosa actriz porno inglesa. Hace doble click sobre la palabra Gallery. Se despliegan 30 fotos de Taylor.

Se baja los pantalones y empieza la fiesta.

Taylor Wane tocándose las tetas. Taylor Wane mostrando el culo. Taylor Wane arriba, abajo, sobre, en cuatro, de lado, entre varios, con un negro, con chino, con 2 blancos, con una amiga. Taylor Wane en una cama, en una piscina, arriba de un caballo, mojada dentro de una tina. Taylor Wane en latex, sadomasoquista, de monja, de profe, de enfermera, de mamá buenamoza. Taylor Wane aquí, allá, haciendo lo único que saber hacer, sudando la gota gorda, ganándose el pan de cada día.

Termina la fiesta.

Se limpia. Enciende la luz, sube la persiana, apaga el computador.

Baja a la cocina. En 20 minutos debería llegar su marido. A él le gusta comer viendo las noticias.

Thursday, September 22, 2005




Adictos al miedo. Se miran tras las sombras de la gente en la micro una tarde en primavera. Escapando del colegio, siete horas en la calle, abrazados y solos frente a la puta ciudad. Abrumados de sonrisas. Sin nadie a quien responder

.Maria tenia 15 y Jose 17. Se escaparon en la mañana de clases. Mirenlos ahí. En todas las esquinas de santiago. Ahí se llenan de saliva, se cambian de ropa en el Kentucky de Plaza Italia (entrando al baño de hombres y mujeres, respectivamente) y tienen el dia libre. Sus padres no lo sabran. Sera un secreto a voces entre sus amigos. Un cuento escrito con Lapiz mina que se borrara cuando se peleen y no se quieran ver mas.

Todas las tardes de cimarra son nubladas, aunque haya sol. Panico a encontrarse con algun pariente. No hay recuerdos nunca mas. Solo miedo y ganas de ir al baño. Por eso buscan estar juntos frente al frio que no existe a las 3 de la tarde. Los ancianos les sonríen.

Por eso, escapando de sus conciencias, han recorrido en la 375 de ida y vuelta unas 3 veces. Al lado del camino, se sientan a esperar algo que los haga respirar y retornar a la infelicidad acostumbrada: todas las tiendas han sido visitadas. Como las discusiones con papa y mama. Y ese autobús de nuevo los obliga a tomar otra vuelta y manosearse de nuevo entre esas viejas pacatas y perdidas entre pretextos que jamas les regalaran felicidad.

Maria sonrie. Jose se delata. No existe el colegio. Tienen mas aire en el pecho que de costumbre.Vuelven a su casa. Se vuelven a llamar.

Saturday, September 17, 2005

DIETA ETERNA





El doctor le advirtió que tenía que ser más prudente y más sensata con su vida, que disminuyera el consumo de sal, que no fumara, prescindiera del alcohol, evitara el exceso de grasa y que abandonara definitivamente esa existencia sedentaria que la estaba matando en vida y que por lo menos caminara algunas cuadras de vez en cuando, para que la energía circule. Así lo hizo. Salió a eso de las seis de la consulta, y a eso de las siete ya estaba paseando por el Parque Forestal, a las ocho la asaltaron, le dieron una feroz paliza y murió en el acto.

Monday, September 05, 2005



Lo conocí por primera vez en un viaje en tren de Quilpué a Valparaíso. Nos encontrábamos con cierta frecuencia en nuestros viajes cotidianos y nos íbamos conversando hasta llegar al puerto. Así me enteré de su trabajo y sus tribulaciones. Como todos los de su gremio, el profesor Juan Retamales esperaba su día de pago con una ansiedad rayana en la desesperación. Cuando nos encontramos por undécima vez, aún faltaba una semana para recibir su cheque y sus fondos estaban llegando casi al límite. Creí que me iba a pedir dinero prestado. Pero, no. Sólo continuó desahogándose conmigo. Compraba mercaderías una vez a la semana para abastecer la despensa de la familia. Todo andaba bien, me dijo, las dos primeras semanas del mes, pero luego, entre pagar cuentas de luz, agua y comprar mercaderías y un par de balones de gas, se agotaban casi todos sus recursos. Ni aunque su mujer hiciera algunos trabajos de costura para colaborar con los gastos de la casa alcanzaba el presupuesto. Tenía dos niños que alimentar y educar y debía pagar alquiler, pues su casa no era propia. Hacía cuarenta y cuatro horas de clases de matemáticas a la semana y siempre lo agobiaba un gran cansancio.

Sin embargo, el profesor guardaba un secreto que me confesó en uno de aquellos viajes y que nunca antes había confesado a nadie: cada semana recortaba algunos pesos de su escaso sueldo para tentar suerte, comprando un boleto de la lotería. Desde que lo tenía en sus manos, soñaba con la idea de hacerse millonario. Pensaba cómo cambiaría su vida si con el número elegido lograba ganar los millones que se promocionaban. Aquella ilusión lo mantenía vivo. Le duraba toda la semana. Hasta que llegaba el día domingo, comparaba su número con el ganador, y se desilusionaba una vez más

.El lunes siguiente volvía a la batalla, adquiría un nuevo número y otra vez las ilusiones llenaban su cabeza. Mientras corregía pruebas de alumnos plagados de problemas económicos y sociales y preparaba clases para ellos, vivía con la ilusión de ganar. Mas terminaba el mes pidiendo fiado al único almacenero que quedaba en el barrio.

Repentinamente, dejé de verlo. Fui trasladado por mi empresa a trabajar a Santiago y terminaron así nuestros encuentros.

Algunos años después, gracias a un amigo común, supe de él. Sus hijos ya eran adolescentes. El profesor ya no existía. Había muerto de neumonía durante el invierno un domingo por la noche, después de haber hecho, como siempre, cuarenta y cuatro horas de clases esa semana. Nunca ganó la lotería, aunque sus últimas palabras fueron:

"¡Gané! ¡Gané!"

Nadie se explicó el significado de aquellas palabras. Sólo su mujer lo comprendió cuando en un rincón del ropero encontró una enorme cantidad de viejos boletos de lotería dentro de una caja de zapatos abandonada.

Thursday, September 01, 2005

PATRICIO H






Desde que lo vi ayer por televisión, en el noticiario nocturno, no he podido dejar de pensar en la expresión de su rostro, completamente indiferente a las cámaras que lo enfocaban. Exactamente la misma expresión de regocijo que tuviera de niño, cuando jugábamos al "Sol", hace ya 15 años de eso.

Todo es cuestión de concentrarme un poco y los recuerdos de aquella época comienzan a aparecer, como viejas fotografías de infancia. Éramos unos diez o doce chiquillos, todos vecinos de "la cuadra", pequeños malandrines mal vestidos y despeinados, que religiosamente nos juntábamos por las tardes a jugar, ya fuera masivas "pichangas", que por lo general terminaban en gritos y empellones entre contrincantes, o a las bolitas, a la escondida, etc. Pero, sin dudas, era el "Sol" el juego preferido por todos, y en éste, Patricio H. era el mejor.

Para aquellos que no conocieron o no escucharon nunca hablar del "Sol", éste consistía en elegir de entre todos los participantes a un "quemado", el cual debía pararse en un punto llamado base, alrededor del cual el resto de los jugadores se formaba en ronda. Después de aspirar todo el aire que pudiera, el quemado entonaba en voz alta, de modo que todos lo escucharan, la palabra "SOL" y no debía, por ningún motivo, dejar de pronunciarla a menos que pillara a alguien. Si perdía el aire antes de haberlo hecho, recibía el castigo del "pillado". Mientras esto no ocurriera, debía correr tras la turba, que huía despavorida de él, y alcanzar de entre ellos a algún desdichado, quien al momento de ser tocado, debía volver a la base en calidad de "pillado"; por ende, a toda prisa y esquivando furibundas "chuletas" en el culo, que todos podían darle mientras éste no llegara a su destino para guarecerse, adolorido, y, como solía ocurrir, sobándose a dos manos en medio de las carcajadas de sus "amigos".

Extraño juego, aunque poseedor de una gran cantidad de pequeños y malignos adeptos, sobre todo entre los chicos de los sectores más populares del Santiago de la década de los 80. Patricio H. disfrutaba este juego por sobre todos los demás; pocas veces era alcanzado en las carreras y, por el contrario, siempre se ofrecía al comienzo del juego como "quemado". Era un chico delgaducho, pero con unas energías y agilidad tremendas, cualidades que no desaprovechaba para dar "chuletas" a diestra y siniestra, cuando el juego lo requería.

Nuestra infancia transcurrió así, en medio de juegos, peleas y amistades que se separaron con el tiempo; en el caso de Patricio H., éste dejó el barrio antes de alcanzar la adolescencia y nunca más supe de él... hasta ayer

Como todos los días, al volver del trabajo, preparé café y encendí el televisor para ver las noticias del día, y cual no sería mi asombro cuando, entre las imágenes captadas de una revuelta callejera, entre carabineros y estudiantes universitarios, apareció de pronto y en primer plano el mismísimo Patricio H., vistiendo uniforme de carabinero y corriendo con la misma agilidad que hace quince años, pero ahora tras los estudiantes, quienes infructuosamente trataban de escapar de las furibundas "chuletas" que el cabo Patricio H. propinaba al que se le cruzara por delante mientras gritaba: "¡Sooooool, conchetumadre!" con una expresión de regocijo bestial en el rostro. Casi emocionado, me quedé sonriendo, de pie frente al televisor, pensando en aquel hombre, vuelto a la infancia por un instante; tal vez, el hombre más feliz de la tierra.